En la parada de Sagrera, en las profundidades de Barcelona, el metro se detiene. Las puertas se abren con ese movimiento sincronizado, y saltan al andén central un sinfín de pasajeros apresurados y absortos en un camino ya mentalmente proyectado.
Hace justo un año visité Benalup-Casas Viejas, una noche en la que se recreaban los sucesos de 1933. Teatralizaban cómo un grupo local de anarquistas trataron de tomar el cuartel de la guardia civil, y la posterior represión que sufrieron, en la que entraron a tiros en el pueblo, incendiando varias casas y fusilando a participantes, vecinos y sospechosos de haber participado, e incendiaron la choza del anarquista Seisdedos, muriendo calcinados la mayoría de sus ocupantes.
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