Jerez de la Frontera, esa ciudad desmemoriada y clientelista, hoy más pepera que nunca, siempre cobarde, afronta una etapa de atrasismo y magna involución. El vuelco a la derecha del tablero político (y la consolidación del trumpismo internacional) nos ha pillado sin ilusiones políticas, a años luz de los partidos del consistorio, con enemistades cainitas aún vigentes y la sensación de que hemos vuelto a aquel «que no nos representan» de hace casi dos décadas.
Pero hasta en las situaciones más adversas, hasta de la decepción latente y del hastío generacional, hasta de los fiascos más decepcionantes se cansa la gente y al final se revuelve ese espíritu rebelde y combativo del ser humano, empujado siempre por una juventud sin complejos ni rencores. Así surgen, en los márgenes, pequeñas colectividades y agrupaciones que no son sino un arrebato de dignidad e inconformismo; de progreso y lucha.
En esos contextos aparece la contracultura; un movimiento a contracorriente del sistema y del borreguismo local, de la voz del amo, del neoliberalismo que nos mueve como títeres descabezados, de los topicazos jerezanos del caballo, el flamenco, el vino y los toros, o del currículum oficial pepero representado por los josés mercés, los luisitos lara y los ojedas de turno, símbolos de esa esencia rancia y machista que nos hunde en la caricatura más obsoleta, acrítica, vacua y servilista.
La contracultura jerezana existe. Está ahí para quien desee participar. Nace del inconformismo y del deseo de establecer otro marco cultural, narrativo y filosófico; en definitiva, se apuesta por otro modo de vivir en colectividad; mucho más humanista, intelectual, comprensivo y empático, donde todes tienen su sitio y aparecen los cuidados, esa asignatura pendiente de la generación del 15M.
Hablamos de una escena alternativa que no mueve masas pero donde cualquiera de la masa tiene espacio y voz; siempre, eso sí, que no sean voces fascistas, racistas o clasistas. Se trata de una escena underground, arriesgada, inquieta, transformadora y solidaria.
Esta escena la conforman cuatro ejes reconocidos, espacios físicos que responden al nombre de el Corral de San Antón, el Ateneo Libertario Eliseu Reclús, el Centro Social la Yerbabuena y la biblioteca Sebastián Oliva, de la CNT de Jerez. Cuatro puntos cardinales con filosofías diferentes —uno opera desde la vía política, otros desde el sindicalismo, alguno desde la transformación vecinal pura y dura— pero unidos por un similar sentido crítico, con el espíritu de crear espacios de debate amables, altruistas, diversos y longevos, lejos de la servidumbre jerezana. Los espacios no han sido flor de un día, llevan años operando y creciendo granito a granito.
Esta contracultura jerezana nos brinda eventos prácticamente todas las semanas: charlas, talleres, videoforums, conciertos, debates, presentaciones… siempre ofrece un refugio para la gente que busca ampliar miradas, cultivar su conocimiento, exponer sus talentos y alimentar inquietudes muy diversas. Se da forma así a un discurso alternativo.
La izquierda en jerez no tiene la fuerza política (institucional) de hace una década —ni la va a tener durante mucho tiempo—, pero hace una década apenas existía está telaraña contracultural que se extiende llegando a otros ámbitos de espíritu cómplice: La Librería, el Kolectivo Sur, la Impro, la sala La Quemá.. Y todo esto va mucho más allá de la representación institucional (necesaria pero no imprescindible) y desemboca en lo tangible. Tenemos un tesoro a cuidar; algo nuestro que aún puede crecer, inhibrarse y multiplicarse desde la sinceridad y el respeto a los espacios. Por eso no los debemos descuidar; algunos actores podrían dar un paso al frente para que esta contracultura gane cuerpo y solidez y escriba un nuevo futuro. Hay algo hermoso ahí que hace sentir a mucha gente comprendida y como en casa.
Dicen que los puntos cardinales ayudan al ser humano a ubicarse en un espacio determinado, indicándole hacia dónde dirigirse; la contracultura nos sirve para eso, para saber dónde estamos y hacia donde queremos caminar. Queda mucha historia por escribir.