Una tal Isabel Rábago, ‘tertuliana del corazón’ afiliada al Partido Popular, ha ‘incendiado las redes’ con una planificada intervención, dirigida a producir precisamente ese efecto: «No soy feminista, soy femenina». Internet, Twitter, lo que sea, ha respondido en consonancia. Esto último es lo de menos ahora.
Rábago actúa tratando de ayudar a su partido que, a pocos días del 8 de marzo, se enfrenta a una situación electoralmente adversa. La estrategia de dividir a las mujeres entre femeninas y no femeninas, entre liberales o no liberales, etc., es una más entre todas las iniciativas contenidas en este combate político para las elecciones generales y para las que vendrán justo después.
Pero la actuación de Isabel Rábago encierra una paradoja. Su comportamiento rebelde, pese a su sobreactuación, oculta torpemente un cierto feminismo que se opone a sus afirmaciones. Una postura que rechaza la imposición exterior, la obligación a pertenecer a una mera categoría, a ser pensada por las mentes de otras, o de otros. Una ignorancia tan burda como impostada que, sin embargo, no reclama la vuelta de las cadenas.
Esta exaltación del individualismo por parte de la delegada televisiva del partido conservador refleja la hegemonía creciente de la cultura feminista en sus diversas variantes. Y que dicho feminismo ocupa la denominada agenda política y mediática.
Hemos pasado de negar la existencia de un problema a negociar sus diferentes significados. No parece una mala noticia.
A veces, quienes hacen como que van a la cola -a saber cómo será esta señora en su vida íntima y familiar- nos muestran el enorme avance de la mayoría. Vienen tiempos de agitación y propaganda, momentos para mantenerse atentos. Y atentas, claro está.

Andrés Villena

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