El único hijo de don Pío Sotomayor -director del Banco de Crédito Agrícola de Cerroseco del Caudillo-, era Borja Sotomayor, conocido en el valle de la Victoria por el Mentirillas de Cerrroseco. Borjita era el niño pitongo por excelencia: relimpio, pollo bien, presuntuoso y redicho, siempre oliendo a colonia Álvarez Gómez y a polvos de talco Ausonia. Blanquito como la cal. Relamido.
Desde su tierna infancia profesaba Borjita una gran devoción a la mentira y a la cizaña. Había sido dotado por la naturaleza para estas artes ancestrales tan cultivadas por cierta clase política y periodística española. La mentira y la cizaña en Borjita eran idoneidades indiscutibles, más bien dones. Las mentiras no las cavilaba, no precisaba concebirlas, él hablaba y ellas brotaban a raudales, ágiles, numerosas, meritoriamente encadenadas a la cizaña con disimulo intachable, sutiles, refinadas, magistrales. Mentiras grandes, pequeñas, medianas, colosales, inocuas, nocivas… mentiras de todos los tamaños, intenciones, sonoridades y colores menos el amarillo. Borjita Sotomayor odiaba el amarillo. Y con razón.
A los quince años, don Pío, hombre probo y recto, ya había perdido toda esperanza de encarrucharlo. Borjita había echado a pelear a los niños del valle, a los curas del colegio, a las vecinas, a las ovejas, a las cigüeñas… Incluso a unos pueblos con otros: Capacochinos del Obispo y Matalascabrillas del Duque se profesan todavía hoy un odio africano. Cizaña, mentiras, malas artes y ardides bizantinos que envenenaban y dividían a la gente. Luego Borjita se ofrecía como solución a la ruptura perpetrada: “Unidad”, “unidad”, era su grito de combate, “unidad”.
Don Pío, el sufrido padre, castigaba sus maldades sentándolo en la fachada de la barbería, bajo una escuadrilla de canarios presos y amarillos que se cagaban encima de Borjita con precisión quirúrgica, como infalibles Stukas de la Luftwaffe, en medio de una algarabía de tonos, piidos y chiflidos ensordecedores. Desde la acera de enfrente, viendo a Borjita cagado de pájaros, la mierda mancillando la brillantina y los politos de marca, aquella harca de indígenas moros que éramos los niños del valle, nos chiflábamos de él sin piedad entre carcajadas y cagarrutazos: charlatán, tonto Pichote, metemuertos, abrazafarolas, cenutrio, tontilindango, pichafloja…
Él se abrazaba a un radiocasete con canciones del Fary y Manolo Escobar para no escucharnos y arremetía con postureo cañí: populistas, separatistas, perroflautas, manteros, rojos, Venezuela, Grecia, paz y orden, unidad, a mí la legión… Todo en vano, más recibía: Cuñao, bobarrón, tonto pipí, cabestro, cantamañanas, tonto bolino, lialaguita, meteinfundios… Entre risotadas, boñigazos y mierdas de canarios amarillos, muy amarillos y mucho amarillos. Alguno colorado también le cagaba.
Qué tiempos aquellos, cuando sentaban al Mentirillas de Cerroseco bajo los canarios amarillos de la barbería y los niños del valle de la Victoria echábamos la mañana riéndonos de él. Todavía hoy nos partimos de risa cuando sale en la televisión.
La fotografía es de EFE
Jose Antonio Illanes
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2 Réplicas
Loam
¡Qué gozada! ¡Genial!… Es el más divertido y fiel retrato que he leído (y visto, porque se ve, oh poderosa palabra, sin necesidad de imágenes) de Borja Sotomayor.
Mi enhorabuena y agradecimiento a su autor por brindarnos tan placentero, quevediano y satírico escrito. Nada como el humor inteligente para afrontar tanta estupidez.
Salud!
Alejandra
Saludos desde la colonia que aun tenéis en América del sur, Chile.
No tengo idea quién es el Borja Sotomayor ese, pero chico! cómo he aprendido vocabulario, cuántos epítetos nunca escuchados ni vistos antes. Muy agradecida José Antonio.