Leo los correos del supuesto acoso del abogado Calvente a su subordinada Marta Flor y me conmuevo. Quizá Calvente llegue a poco como cuentista, pero como poeta supera todas mis expectativas. Sus versos colmados de ritmo anegan el alma y la embriagan de un romanticismo becqueriano. Calvente no puede preguntarse qué es poesía. Calvente sabe que poesía es él. Asume su talento y lo luce, aunque como creador asume también sus humanas limitaciones:
“Sé que todo esto puede parecer inexplicable o fruto del ingenio literario”, confiesa a Marta Flor en un correo de febrero de 2018, declarando su amor, “…todo un privilegio al alcance de los más humildes (…) porque nada nos pertenece, porque el amor no es nuestro, es de las personas que amamos. Porque por dar, damos hasta el amor”.
En uno de sus versos, Calvente explica a su amada la verdadera naturaleza de su pasión: “Es un amor puro que no había sentido nunca. Una experiencia única. Un amor puro y desinteresado”.
¿Habían sido los anteriores amores del poeta impuros e interesados? Poco importa eso cuando confiesa que “he tenido la enorme suerte de conocerte sin codiciarte”, y define su arrebato amoroso, emulando a Hesse, como “pura contemplación, es decir, verte como eres”. Y así erre que erre, ignorando el rechazo de la amada, correo tras correo, hasta lograr el éxtasis poético: “Gracias por dejar que ocupe un rincón en tu historia y por ser protagonista de mi novela”.
De mi novela. ¿Calvente es novelista? ¿Ha contado al juez Escalonilla el argumento de una novela con ánimo de perjudicar? Quién sabe.
En la mente de un escritor despechado cabe cualquier monstruo. El caso es que su señoría ha comprado al poeta su historia de la caja B. Una historia que el autor ha oído que contaban, cuchicheos de comadre en mesa de camilla y sarteneja de cisco, rumores y hablillas que escuchó en la máquina del café mientras oteaba las enaguas de Marta Flor. ¿Qué más necesita un juez para encausar a varios ciudadanos y acusarlos de gravísimos delitos?
Miedo da pensar que hoy mismo puedan procesarnos por simples rumores y chivatazos, como en los tribunales del Santo Oficio. ¿Puede cualquiera presentarse ante un juez de guardia, armado de rumores y cuchicheos y convertir tu vida en un infierno o arruinar tu carrera profesional o hundir tu vida familiar o condenarte a un calvario inasumible de juicios, abogados y tribunales? ¿Sin la menor prueba, así, por las buenas? Miedo da pensar a dónde hemos llegado o a dónde estamos permitiendo llegar.
Por otra parte, la mejor evidencia de que Calvente fabula como un bellaco en la historia del acoso está en la foto de esta entrada. Al ser preguntado en televisión por su supuesto acoso a Marta Flor, el bardo respondió conteniendo la risa: “Era ella la que me perseguía a mí”.
¡Era ella la que me perseguía a mí! No hay más preguntas, señoría.
Jose Antonio Illanes
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