La cuarentena que empezó el 13 de marzo de 2020 no ha terminado todavía. Aunque ha habido la famosa desescalada, existe un rumor que no es audible pero se siente en la piel que dice que lo que está por venir será mucho peor.
En realidad, si nos ponemos estrictos, la pandemia ha venido a ser la puntilla de una economía que seguía tocada desde la crisis de 2008. Entonces no se hicieron los deberes (más allá de las causas que llevaron a esa crisis) y no se desarrollaron las políticas necesarias para dotar al país de las herramientas necesarias para poder soportar mejor los futuros embates que pudieran estar por venir (no olvidemos que los indicadores económicos de finales de 2019, cuando no sabíamos nada de la Covid, ya avisaban de otra crisis).
Ahora, asistimos con horror a un mundo enfermo que no es capaz de tomar la medicación necesaria para curarse. ¿Acaso la desconocemos? Quizás en su totalidad sí, pero sin duda no ignoramos los elementos de los que ya disponemos para, al menos, pasar la enfermedad con menos dolor. Pero eso implica unos sacrificios que no estamos (ni los de arriba ni los de abajo) dispuestos a hacer.
Para un servidor, no existe mayor tristeza que la de comprobar día tras día que quienes pilotan este barco son unos auténticos incompetentes. Y aquí, como sucede con el virus, no hay distinciones políticas que valgan: la constatación fehaciente de que tenemos una clase dirigente paupérrima es una certeza descorazonadora.
En un artículo reciente el New York Times decía lo siguiente (entre otras cosas) en referencia a cómo está gestionando España la pandemia: «Nuestros políticos tienen escasos incentivos en buscar la excelencia porque saben que los españoles votan a sus partidos con una lealtad solo equiparable a la que sienten por su equipo de fútbol». Esta radiografía tan esquemática de la sociedad explica los últimos cuatro decenios de la historia española. Y es tan real como sangrante. Nuestros políticos no es que hagan las cosas mal (que las hacen), sino que saben perfectamente que pueden hacer lo que les dé la gana sin sufrir castigo por ello.
Así pues, los políticos se manejan ante una impunidad que les lleva al lado más perverso del poder del mismo modo que un niño se convierte en un tirano por culpa de unos padres demasiado permisivos. Estamos en manos de adultos malcriados, lo cual no es nada esperanzador.
Esta pandemia ha ayudado a enfatizar todavía más esta barbaridad. Seguramente, siendo optimistas, muchas personas aprendan de esta pandemia y quieran realmente buscar un sistema democrático más sano. Debería ser la consecuencia lógica, mejorar aquello que está fallando para poder evolucionar y evitar futuros problemas. La historia, pero, no parece estar de nuestro lado. Y la biología tampoco: cuando te recuperas de una gripe sólo estás esperando a que llegue la siguiente.
Alejandro F. Orradre
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Sin Réplicas
ROC_TT
Esto me huele a reseteo económico, a deuda, a pérdida de libertades. Un virus con una letalidad menor que la gripe, que mata a personas de 86 años de edad de media. No hay que ser de izquierdas o de derechas para darse cuenta de que el virus es solo una excusa