Aunque el ecosistema laboral haya sido objeto de estudio en el mundo del cómic de forma frecuente los últimos años; desde un punto de vista histórico como “Los combates cotidianos” o “Entretelas”, hasta una óptica más moderna, con “Cuando el trabajo mata” y “Esclavos del trabajo”; lo cierto es que la permanente tensión entre las condiciones laborales y la clase trabajadora conducen a los autores y autoras a seguir indagando en esta problemática. El trabajo es un tema, probablemente EL TEMA de nuestros días. Las nuevas fórmulas de precariedad laboral, la legión de trabajadores pobres y las nuevas tecnologías como gran aliada de la explotación da para un género en sí mismo que viene a explicar las diferentes apariencias de la miseria humana.
La última manifestación del cómic en castellano es Rotunda, la original ópera prima de Candela Sierra, V premio Valencia de Novela Gráfica, que revisa los casos de jóvenes que acceden al primer trabajo “de lo suyo” y se enfrentan a condiciones draconianas guiados por el impulso de su vocación. Es el caso de Brisa, una joven escultora que entra a trabajar en Rotunda. Rotunda es el nombre de un estudio dedicado a la creación de Rotondas dirigido por Delfín, gracias al amaño que hace su padre -un pez gordo de los chanchullos políticos- de licitaciones públicas.
Lo que aparenta ser un estudio moderno, repleto de plantas, diáfano y con una plantilla entregada y versátil, se va transformando con la dirección del elegido en otro infierno laboral donde abundan las horas de más y los sueldos de menos, las personas se entienden como costes y sus derechos se vulneran de forma sistemática. A menudo, a hurtadillas, de forma opaca y traicionera.
Si en El buen patrón (2021), Fernando Luis de Aranoa apuntara a los dirigentes de la vieja guardia empresarial de este país, con Javier Bardem recreando de forma portentosa el personaje de Julio Blanco, en Rotunda la autora hace trizas a sus hijos. Y digo hijos, en masculino, porque así sucede en la gran mayoría de los casos de la cadena patriarcal, hasta que la naturaleza dice lo contrario. Es el retrato de esta nueva generación de descendientes del dinero, más cool, sostenibles e inclusivos que nunca, pero extremadamente cínicos e hipócritas, es una constatación de los tiempos que corren.
Lo recrea de forma excelsa Sierra con un personaje, Delfín, con necesidad de autoaceptación, envidioso, contradictorio e incapaz de tomar decisiones acertadas debido a su ineptitud. Rotunda combina lo narración costumbrista con elementos simbólicos (la putrefacción del ambiente de oficina a causa de las plantas o las mutaciones en el rostro del verdadero protagonista de la historia) para poner de manifiesto las necedades de esa nueva hornada de mandamases que dejaron de ser jefes para autodenominarse CEOs, pero que operan con la misma falta de escrúpulos.
La galería de personajes que emplea la autora para dar vida al estudio es fantástica, su diseño de los perfiles, el rol que cumplen dentro del mismo y el lenguaje propio que adquieren, dan vida a una rutina absorbente y surrealista. La falsa meritocracia, el machismo imperante, el exceso de carga laboral y las fechas de entrega imposibles son pan de cada día en esta rotonda que gira y gira sobre sus propios vicios.
Lo relata la autora malagueña con un estilo muy característico, expresivo y minimalista, que se apoya en su experiencia como ilustradora, con un gran manejo de la narración y usando la ironía como fórmula de desenmascaramiento. Los encabalgamientos de episodios, con esas ilustraciones de rotondas que anticipan alegóricamente lo que vendrá, son excelentes.
Y, si bien todavía Sierra tiene que pulir algunos subrayados un poco evidentes (el techo de cristal, por ejemplo), su ópera prima es un trabajo notable en el que gran parte del talento joven de este país puede verse identificado. Los que no querrán verse son los CEOs, que negarán la mayor. Pero si les caes Rotunda en las manos será como sostener un espejo.