Según la Real Academia Española, equidistancia se define como «igualdad de distancia entre varios puntos u objetos.»; o lo que es lo mismo, una suerte de equilibrio o espacio central desde el que todo está a la misma distancia.
Es decir, un punto neutro.
Hoy en día, ser equidistante se ha convertido en una profesión de riesgo, en una postura que te granjea enemistades por doquier, críticas de allí y allá, menosprecios de locales y visitantes, comentarios hostiles de norte y sur… la paciencia de quienes intentan ver el contexto amplio de cualquier asunto se pone a prueba cada dos por tres. Y no resulta fácil porque nuestra sociedad casi te obliga a la polarización para no sentirte apartado de cualquier tipo de debate.
Porque, aunque mucha gente piensa lo contrario —porque en parte se siente cómoda en una posición estática y extremada—, en la actualidad es más necesario que nunca ensanchar nuestra vista, nuestra opinión; deshacernos de ciertos clichés heredados del siglo XX y tratar de ejercitar nuestra empatía para ser capaces de comprender a la otra persona —hasta un cierto límite—, preguntarnos por qué está enfrente nuestro y buscar la manera de encontrar un lugar común en el que convivir.
Hay gente que me ha comentado que se ha cansado de años de intentar hablar sin éxito, harta de encontrar muros demasiado sólidos o puentes que se han podrido hasta caerse. Personas que se avergüenzan de haber sido inocentes, de haber creído que un entendimiento real era posible, que las cosas se podían cambiar de verdad. A esas personas me gustaría decirles que la rendición no puede ser el final del camino.
Debemos insistir. Por mucho que nos silencien, que nos vilipendien, que intenten desprestigiarnos, hemos de seguir. Y seguir, y seguir, y seguir.
Debemos continuar siendo críticos con todo lo que creemos que está mal, ya sea de unos o de otros. Debemos continuar aportando debate real, el de quien es suficientemente reflexivo como para intentar comprender las ideas, aunque no las comparta, de ver más allá de las propuestas enfrentadas en aras de un escenario común.
No queda otra que ser insistentes. La confrontación sin sentido, sin dejar siquiera un resquicio por el que un cierto sentido común se pueda colar, ese tipo de actitud es inviable en el tiempo. Y más en un mundo que cada vez se globaliza más y demanda entendimiento. Porque, guste o no, es irremediable.
Soy equidistante —ya lo habréis notado—, y la certeza de estar en el camino correcto crece con el paso del tiempo. Y es que recordemos que en el equilibrio está la clave de todo; es muy complicado de mantener, cuesta mucho esfuerzo, pero a la larga los resultados son los mejores. En una sociedad de trincheras puede resultar una quimera, pero la salida correcta es esa: sudar como animales para mantener un equilibrio que dependerá de todos y todas. Equivocarnos pero aprender de esos errores.
Nunca se dijo que fuera fácil, pero es más necesario que nunca.
Alejandro F. Orradre
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