“Nuestra narrativa pesimista corta las alas a las personas más jóvenes”

La escritora mexicana Brenda Navarro, que presentó en Jerez de la Frontera su última novela, Cenizas en la Boca, reflexiona sobre el rol de la mujer migrante y señala la necesidad de poner los cuidados y afectos en el centro de nuestra vida diaria.

Cuando la ópera prima de la socióloga Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982) irrumpió en la escena literaria española, la crítica fue unánime; Casas Vacías era una brillante y vibrante novela sobre las maternidades. La autora heredaba así una difícil encomienda; volver a convencer apenas dos años después con su segunda obra, Cenizas en la Boca (Sexto Piso, 2022). Y en esa labor anda involucrada, recorriendo la península de presentación en presentación. El día antes de acudir a la Feria del Libro de Cádiz, Navarro participó en un club de lectura en la Librería el Laberinto, en Jerez. Su actividad es frenética, su discurso activista lo impregna todo. Hablamos con ella largo y tendido sobre literatura, sociedad y política. 

Casas Vacías fue una primera novela que causó un gran impacto en la comunidad de lectores, ¿tenías algún temor al encarar el siguiente paso?, ¿cómo te enfrentaste a esta nueva creación?

No tenía ningún tipo de temor porque sabía que tenía el respaldo de la editorial. Lo escribí en un momento en el que quería justamente darme el espacio para crear pensando en que estaba escribiendo un libro, porque la primera novela nunca sabes si se va a publicar o no, y con la segunda ya sabía que sí. Sabía que iba a ser leída y que se iba a comprar, y eso te da mucha tranquilidad especialmente en este sector, el literario, en que nunca sabemos qué va a suceder. Traté de retarme mucho más; de disfrutar del oficio de escritora, de pedirme cosas nuevas, de ser más consciente de que lo que iba a escribir con Cenizas en la Boca iba a tener un impacto distinto. 

Hay muchas violencias, en diferente grado, que afectan a Nel, la xenofobia, la violencia de clases, la violencia machista, ¿cuál crees que impacta más sobre su vida?

Es un compendio de violencias, no hay violencia específica. La más importante es la de pedirle que sea adulta, que se inserte en un mundo que no le gusta, que ella misma sabe que a Diego no le gusta, y que incluso a su propia familia no le gusta. Ella entiende que el mundo es injusto, doloroso,  incluso para las personas que tienen privilegios como en el caso de Laura; ella tiene ese rechazo, esta rebelión de no querer meterse ahí. Desde el amor le exigen “tienes que ser adulta”, “tienes que estudiar”, “tienes que darle un significado a la vida” cuando realmente ella ha entendido ya un significado de todo, y no es precisamente inspirador. 

¿Por qué el desarraigo es un motivo literario tan potente?

Porque aunque nos han dicho que el desarraigo nace cuando te mueves de un lugar a otro, geopolíticamente, en realidad es algo que vivimos todas las personas. Venimos de un periodo de transición en el que crecimos pensando que existía algo contra el capitalismo, luego nos dijeron que había un Estado del Bienestar al que podíamos aferrarnos, y al final, de lo que nos hemos dado cuenta es que no tenemos raíces en las que sentirnos cómodas. No hay un futuro desde las narrativas oficiales. Para mí era importante señalar que la migración o el movimiento de personas no es solamente de territorios, también de lugares dentro de las narrativas existentes. Creces pensando que eres una persona mexicana, luego el mundo te dice que eres una persona migrante, pobre, sin hueco en el mundo que te han prometido. Si eso no es desarraigo… te están diciendo además que te emancipes de una vida que te han construido. Pero esto es un fenómeno que también lo vivimos en España, no sólo en Latinoamérica. No conozco un espacio en el no haya incertidumbre y no se sienta desarraigado.  

¿Qué une y qué separa a la lucha feminista de una activista barcelonesa de clase media de una mujer migrante procedente de las clases populares de México?

Las mujeres latinoamericanas hemos crecido mamando toda la cultura europea y anglosajona. Dentro de las teorías feministas occidentales siempre habíamos pensado que éramos iguales y formábamos parte del colectivo de mujeres que se hablaban en ellas. Pero cuando te mueves en estos espacios desde la extranjería te das cuenta que no es así. No hablaban de ti, no te incluían y no les interesa incluirte. Alguna vez escuché en Barcelona a una mujer migrante que aseguraba que a las europeas les encanta hablar de mujeres latinoamericanas y tenernos en sus cuadros, pero en cuanto comprueban que tenemos voz, ya no les caemos tan bien. Somos personas incómodas para ellas porque les confrontamos; siempre vienen con este discurso de decir “somos hermanas, nos queremos, somos iguales”. Y no se dan cuenta de que nosotras no queremos igualdad, no queremos ser mujeres blancas con un trabajo precario y pelearnos con los hombres, nosotras, precisamente por venir de lugares donde hay una violencia estructural que nunca nos ha dado derechos, sin sanidad pública ni derechos laborales, lo que queremos es un mundo distinto. Y lo que hacen ellas es entorpecernos porque a fuerza quieren tener el altavoz para decir cuáles son nuestras necesidades. Por eso estamos en confrontación. Aunque he de decir que esta confrontación permite que seamos la mujeres las que llevamos a otros lugares el debate y la opinión pública; y lo hacemos sin matarnos. Eso está bien. Tengo amigas feministas europeas a las que quiero un montón pero les pido por favor que no me llamen “hermana” porque de lo que yo me quiero emancipar es de la idea que nos hacen creer que tenemos que aguantar todo porque somos “familia”. Quiero emanciparme como ser humano y de ahí partir para otra cosa, que no es precisamente lo que ellas están haciendo porque tampoco les está funcionando.

Un primer plano de Brenda Navarro en las calles de Jerez. Foto: Alejandro López

Entre Diego y Nel hay tanto amor como incomunicación, ¿a qué crees que se debe esa dualidad?

Lo he estado pensando mucho y no tengo una respuesta clara o contundente. Pero he concluido que, volviendo a las narrativas oficiales, la relación de hermanos y hermanas es la relación más auténtica que existe. Es donde se ve lo que significa querer a alguien por el simple hecho de compartir el mismo espacio; que tú no eliges a esa persona, en absoluto, pero la terminas queriendo por lo que sea, y a pesar de lo que sea. Por mucho que tu hermano haga la peor cosa del mundo tú siempre vas a querer a ese hermano estés o no de acuerdo con sus acciones. Viene de la narrativa cristiana, Caín y Abel y esos relatos. Siempre se ha hablado de una relación de confrontación porque son personas con puntos de vista distintos que en el fondo se quieren. Y creo que hay algo bonito ahí. Porque, por ejemplo, a nuestros padres les exigimos un montón de cosas, y les culpamos de muchas cosas, los padres nos tienen que meter en corsés sociales para encajar en el mundo, con los abuelos tenemos una relación bastante idealizada, con los amigos es más de camaradería y acompañamiento, pero con los hermanos es donde hay una cosa realmente muy pura de humanidad  y en donde podemos decir aquí hay cariño, también hay odio, también hay peleas, acompañamiento, etc. 

El suicidio, tema tabú por deontología periodística en España —donde existe un pacto de ignorarlo— es cada vez mayor entre adolescentes. ¿Cómo concienciamos sobre ello?

No sabía esto sobre el suicidio hasta que salió la novela y mis colegas periodistas me avisaron. La verdad es que me pareció muy absurdo. ¿La lógica cuál es? ¿No hablemos de esto para que no se propague?. Pero la gente se está suicidando, hablando de ello o no. La gente se suicida. Es un tema filosófico que ni siquiera lo hemos inventado en esta época, viene de las raíces de la cultura occidental. El suicidio siempre ha significado algo para la historia de la humanidad. Más que prevenirlo en un sentido aséptico como te previenes de una gripe o cualquier enfermedad, lo primero que tenemos es que revisar las heridas, escucharlas, aceptar que existen, y a lo mejor, a partir de ahí, encontrar algunas herramientas para que la adolescencia no concluya en eso. Aunque no sólo es un asunto de la adolescencia, las personas mayores también lo sufren. En la segunda parte del libro era muy consciente de reflejarlo en Laura, una persona adulta que también dice: “yo ya me quiero morir”. Quería situar ese paralelismo; hay adolescentes y personas mayores a la que se les quita la autonomía para vivir y somos nosotros, los adultos, los que decidimos el mundo y les decimos qué hacer y esto me parece un gran error. Porque nosotros tampoco sabemos qué hacer con nuestras propias vidas. Creo que más que creer que los adolescentes no tienen nada que decir, debemos escucharlos mejor. De ellos va a ser el mundo y tendremos que construirlos con ellos, no decirles qué hacer. ¿Cómo vamos a decirles qué hacer si les decimos que somos unos precarios, que todo es horrible, que no servimos para nada…? Nuestra narrativa pesimista les corta las alas.

“Soy de donde vivo”, afirma una de las voces del libro; que sin embargo siempre se siente extranjera. Me recordó a la canción de Bunbury, “Pero allá donde voy me llaman el extranjero // Donde quiera que estoy, el extranjero me siento”. 

Fíjate que en ese tiempo en la que salió la canción de Bunbury me parecía una canción muy romántica; cómo que daba a entender que el extranjero era un lugar en el que se quiere estar, sin pertenecer a ningún lado. A lo mejor desde su superioridad moral pensaba que era mejor no parecerse a nadie, ¿no? Pero cuando ya vives la extranjería en tus carnes, que además es una etiqueta que te ponen las personas (tu no te la pones) te das cuenta de que hay espacios donde no te permiten entrar y que las personas que abandonastes ya no te dejan estar en el mismo lugar. Esa especie de limbo te genera mucho dolor, pero a la vez tienes unas gafas más nítidas de donde te encuentras. También puedes entender, que es mi apuesta, que te vas construyendo en esos lugares. Y por eso ser de donde eres te permite generar redes de ternura, de afectos, de cuidados, porque de otra forma vas a vivir triste; y porque el ser humano es sociable por naturaleza.     

Da la impresión que el título, su metáfora y su mensaje estaba presente desde un comienzo. ¿Es así? ¿Cómo se te ocurrió esa imagen de las cenizas en la boca?

El título es lo último que salió de la novela. Tardé ocho meses en llegar a este título porque no me gustaba ninguno. Todo me parecía mal. El título lo sugirió Sexto Piso realmente y me convenció. Nunca pensé en ese, tenía algunos en la recámara como Elegía para una isla o Merengue duro. Este último tiene el tema del merengue de Madrid, de lo latinoamericano… 

Pero esa imagen de la ceniza en la boca le salió a la personaja, ni siquiera lo planeé. Empezó a salir cuando lo estaba escribiendo, y cuando después lo revisé, pensé que era lo más lógico. Incluso el conocimiento popular te dice “déjame digerir esto para entenderlo mejor”; creo que parte del dolor y de los miedos tienen que pasar por el estómago. Era una forma simbólica de decir; “estoy sintiéndolo para tener este duelo, procesarlo y seguir adelante”.   

Además de tu perfil como escritora, eres también una activista por un mundo más justo e igualitario. ¿Qué movimientos transformadores ves interesante en la actualidad?

Las plataformas para detener los desahucios son fundamentales. Siempre digo lo mismo; cuando era más joven yo quería hacer la revolución como toda nuestra generación, luego quise ser una feminista pura y abolir todo el patriarcado, y ahora, ya como adulta, que entiendes que no vas a ver el mundo cambiado mientras vivas, creo que la revolución a la que me gustaría que invitaran es a la vivienda, la sanidad y la educación. Vivimos en un país muy aferrado al Estado del Bienestar aunque ya no existe como tal, y parece que nos lo están quitando de las manos y nos estamos quedando muy tranquilos. Eso me asusta muchísimo. 

¿Qué opinas sobre la nueva Ley Trans?

La verdad es que no manejo suficiente información para entender el conflicto. Pero sí te puedo decir que cuando la clase medioalta se opone a algo es porque tiene miedo de perder sus privilegios. Y todas esas leyes que mueven esos privilegios son bienvenidas para mí. Crecí leyendo a teóricas feministas y lo que menos nos importaba era lo que hacíamos con nuestros culos, lo que nos importaba es que nos vieran como personas y pudiéramos ejercer nuestros derechos. ¿Por qué nos va a importar la identidad de las demás personas o su sexualidad? Esas mujeres que están contra las personas trans no saben o no quieren entender que cuando le niegas los derechos a unas personas te lo están negando a ti misma en otros espacios. 

¿Qué lee a día de hoy Brenda Navarro?

Justamente ahora estoy releyendo a Jorge Ibargüengoitia; he participado en muchos círculos de lectura en los que me hablan mucho de mi lenguaje mexicano como si mi literatura latinoamericana se pareciera a Juan Rulfo. Pero yo en realidad siempre quise parecerme a Ibargüengoitia, lo que pasa es que me he reencontrado con un tipo muy machista, pero que muestra un sarcasmo muy mexicano; entonces estoy redescubriendo la mexicanidad. Voy a ver qué sale de ahí para mi literatura porque tampoco me gusta la etiqueta “mexicana”. Yo soy como la personaja de mi novela, soy de donde vivo.