- Cuando en octubre del 2020 se produjo la desagradable y esperpéntica ruptura entre Podemos-IU con los Anticapitalistas de Teresa Rodríguez, traducida en una expulsión del grupo parlamentario de dicha facción, cualquiera que conociera la lógica en términos políticos pudo deducir que aquello garantizaba un mal resultado en las elecciones que estaban al caer. Lo que ha sucedido en Andalucía con las izquierdas no sorprende a nadie; y aunque haya habido una (aparente) tregua ante la opinión pública, ambas formaciones (en sus fundamentos y en lo personal) se odiaban, se odian y se seguirán odiando. El resultado de espolear tanto odio ha sido una estrepitosa y contundente derrota electoral. Todos sabían que iba a suceder pero nadie ha encontrado soluciones por el camino; y nadie lo ha hecho porque han antepuesto su inquina a los intereses de una mayoría andaluza.
- Cuando Maria Jesús Montero renunció a liderar una “misión Illa” en Andalucía, el PSOE firmó su renuncia a la batalla electoral. Al igual que en la Comunidad de Madrid, su candidato no ha tenido la más mínima opción de ganar. Juan Espadas era un remedo sureño de Ángel Gabilondo; un candidato aburrido, gris y tirando a conservador. Un profesional de la política que podría haber militado en Ciudadanos e incluso el Partido Popular sin que el electorado se percatara del cambio. Era una candidatura sin un ápice de frescura, herencia suave de Susana Díaz. Espadas reclamó una y otra vez el voto útil sin ofrecer propuestas de izquierdas de calado. Días antes de las votaciones se filtró a los medios una encuesta interna del partido socialista que no daba esperanza alguna al candidato. Imposible mandar un mensaje más nítido a tu electorado; vote usted otra opción.
- En menos de un mes no se prepara una candidatura sólida de izquierdas. Por Andalucía empezó tarde y mal (con Podemos quedándose fuera de los formalismos burocráticos) y lo apostó todo a Inma Nieto, que tenía —y tiene— un gran cartel en San Telmo pero que en el resto de Andalucía era más bien una desconocida. Bastante gente de izquierdas no tenía ni idea de quién era, y aunque se le presumía destreza en la oratoria parlamentaria, en la campaña tampoco fue, digamos, un torrente de carisma. Con sorna, el periodista del Congreso Nacional, Pedro Vallín twitteaba el lunes, “Un liderazgo carismático, todo lo demás no sirve. La organicidad sirve para hacer paellas solidarias y ya”; a lo que podemos añadir, y menos mal que organizaron esas paellas, porque el resultado podría haber sido catastrófico. Sin menospreciar a Nieto, con una trayectoria sólida a sus espaldas, la realidad es tozuda; es probable que, pese a quien le pese y le duela a quien le duela, la opción de Pablo Iglesias, el conocido guardia civil andaluz Juan Antonio Delgado, hubiera reunido más votos.
- Moreno Bonilla se transformó en “Juanma”, el yerno perfecto. Un caballero a la antigua usanza que parecía no haber roto nunca un plato, que jamás subió el tono y que resultaba hasta simpático. Este alter-ego siempre aparecía sonriendo y apenas dejaba hueco en sus carteles para las siglas del Partido Popular, escudriñadas en una esquina, avergonzadas de su pasado. La operación de marketing de los conservadores, tan obvia como efectista, fue un rotundo éxito.
- La doble vara de medir de los andaluces merece una mención. Los andaluces y andaluzas parecen haber perdonado al Partido Popular y olvidado todas sus tropelías o la corrupción sistémica que ha demostrado en los últimos años. Rajoy fue imputado hace bien poco; Fernandez Díaz está en el disparadero por montar una policía judicial paralela al Estado, en Madrid la gestión sanitaria ha sido escandalosa. Nada de eso le ha pasado factura al PP. Tampoco la deriva privatizadora de la Educación y la Sanidad en Andalucía, con el despido de 8.000 sanitarios o el aumento de las aulas concertadas como banderas de Moreno Bonilla. A veces pareciera que al Partido Popular se le perdonase cualquier cosa; como muestra un botón, Antonio Saldaña, alcaldable del PP por Jerez, que condujo borracho en plena pandemia estrellándose contra varios coches, no sólo no dimitió de su cargo, sino que Moreno Bonilla lo premió con un relevante puesto en las listas electorales. Por contra, se le castiga a la izquierda cualquier desliz, incluso las habituales contradicciones ideológicas. El electorado progresista penaliza más duro a sus representantes.
- La abstención ha sido atroz (un 41,23%). Y como Kiko Llaneras apuntaba en twitter, en los barrios de izquierdas la participación se ha desplomado, y ha pasado del 62% al 47% entre 2015 y 2022. En cambio, en los barrios más de derechas la participación ha subido. La llegada anticipada del verano a Andalucía, el hartazgo de un ambiente político crispado y polarizado desde hace años, la depresión del electorado progresista y la ausencia de líderes carismáticos (léase el punto 2 y 3) han mermado las opciones del bloque de izquierdas. Razones para votar había y habrá de sobra, pero para levantar a la gente del sofá hay que agitar el avispero; generar esa “tensión” que demandaba Zapatero.
- Las campañas de la izquierda han sido más reactivas que propositivas, y eso vuelve a penalizar a la izquierda (a la derecha este asunto no le afecta absolutamente nada). Se ha tenido mucho miedo a Vox y a Olona. Demasiado. Sólo Teresa Rodríguez le plantó cara por derecho propio (y lo hizo especialmente bien) y cuando juegas, sólo, a que no crezca la bestia te crece un tercero que no esperabas. Bonilla ha capturado todo el voto útil que no quería a la ultraderecha en el parlamento. Y cabe señalar lo evidente; no eran pocos votos.
- La comunión Podemos-IU-Más País y compañía era necesaria (no podía haber más escisiones), sí, pero fue impostada. Con una falsa sonrisa, en plena Feria de Sevilla y con Yolanda Díaz como arma decisoria definitiva, se consiguió conformar una candidatura a duras penas y a contrarreloj. Por Andalucía olía a cocina desde fuera y, siendo analíticos, no partía precisamente de un proceso de democratización sincero, abierto, claro y/o con “afán de desborde”. Las formas fueron urgentes y cutres, y cutres han sido los resultados. Por no tener, Por Andalucía no tenía ni sus redes sociales actualizadas en tiempo y forma. Por el otro lado de la izquierda, Teresa Rodríguez, que a posteriori (solo a posteriori) ha tendido la mano a “otras fuerzas de izquierdas”, había conformado una candidatura con un grupúsculo de fieles (y algunos andalucistas de antaño), la inercia y el bagaje de haber sido oposición durante años y el andalucismo como slogan. Mirando de reojo el modelo catalán de la CUP, y salvando su notable campaña electoral, antes sólo se le adivinaba resentimiento, salidas de tono y un tufo a folclore identitario-pop, a veces involuntariamente paródico, lejano a las necesidades materiales de nuestras gentes.
- A Podemos se le sigue castigando en los medios de comunicación, en la calle y en las tertulias con la misma ferocidad que en sus primeros e inmaculados años; como si, tras despertarnos, el tándem de Pablo Iglesias, Errejón, Echenique, Rodríguez y Monedero siguiera ahí. Es obvio que la campaña de odio ideada por los grandes holdings contra la formación morada ha calado profundamente en la sociedad. La derecha y el PSOE no le darán un respiro hasta que esté bien muerta, como actualmente lo está la marca Ciudadanos. El desgaste a día de hoy es enorme, el viento sopla fuerte y en contra, la implantación territorial es manifiestamente endeble y, por consiguiente, se antoja muy complicado que Podemos reflote. Instintivamente surge la pregunta, ¿refundación o disolución?
- La peor noticia es que lo que en la izquierda llamamos “la calle” (una masa sin etiquetar y líquida capaz de agitar y revolver las mentes para según qué asuntos) está prácticamente desmovilizada. La llegada al Gobierno de Podemos colmó las aspiraciones de parte de este ente social, y las manifestaciones de hoy son puntuales e insuficientes para mantener viva la llama de la izquierda. Los partidos de izquierdas andaluces (aunque es extrapolable) perdieron tanto tiempo en su propio cainismo, en alimentar su vanidad y su endogamia, que abandonaron el pulso popular, a la gente cercana; y en política, cuando un espacio queda libre lo ocupa otro. En este caso, lo ha ocupado mayormente la movilización del descontento de brocha gorda aparejado a la extrema derecha.
Hoy nos miramos resignados y abatidos, desconfiamos de unos compañeros y compañeras con los que antes, en un tiempo pasado, compartimos pancartas, anhelos y luchas sociales, sabiendo que, tanto ellos como nosotros, y por mucho que nos duela reconocerlo, todavía no hemos tocado fondo.